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Contrario a lo
que se esperaría, cuando los escritores se reúnen no hablan de su trabajo, es
decir de escritura. Sí, salvo cuando las convocatorias han devenido de
encuentros literarios o conversatorios para hablar de trabajo, pero casi
siempre las reuniones de escritores son para tratar temas que decepcionarían a muchos
de sus lectores.
Los escritores
se reúnen para hablar de conquistas femeninas o masculinas, para dejar claro
que uno es más cómico que otro, para acentuar que el más divertido es el que
protagoniza la conversación, para hablar de familia, de deudas, de anhelos que
siempre quedan anclados junto a una botella.
Siempre hay
temas que tratar, temas fuera del cliché literario o académico, temas que
tienen que ver más con la vida que con trabajo. Temas que extraen risas a
carcajadas. Temas para ganar o afianzar amistades. Temas por los cuales todos
protagonizarían una trifulca llena de sangre y odio. Pero temas que, gracias a
ese pacto intrínseco que existe en todos ellos, no es de trabajo.
Por eso cuando
un grupo de escritores, después de la excusa que ha servido para reunirlos
(llámese encuentro literario, congreso, feria de libros, lectura), desean
continuar hablando de trabajo, es mejor alejarse. Encerrarse en el hotel, quedarse
en cama, poner una serie o film y olvidar todo intento corruptor, siempre será
mejor.